No es difícil al visualizar una obra de arte, una pintura, una trajedia, una escultura, que pertenecen a un conjunto, la obra total del artista que a su vez es el autor de la misma. Por consiguiente, todas y las diferentes obras de un artista están emparentadas como hijas de un mismo padre, es decir, que tienen semejanzas entre ellas notables... Si es pintor, el colorido propio, rico, apagado..., temas, preferidos..., manera de componer... El escritor tiene sus personajes bien tranquilos o violentos, con intrigas complicadas o simples. Reflejando en su obra su personal estilo y periodos, sus consabidos desenlaces, e incluso, su vocabulario.
Es tan cierto esto, que un entendido de una u otra obra no firmada, un maestro eminente, es capaz de reconocer a qué artista pertenece la misma. Lo hace con toda seguridad y su experiencia es fina y profunda, puede decir a qué época y periodo de la vida del artista fue realizada. Esta es la primera valoración que hay que hacer ante una obra de arte.
El artista no está aislado, está comprendido en el conjunto de la obra que ha realizado, así, es posible identificar a qué escuela y familia artística y país al que pertenece.
Ejemplo: Shakespeare. A primera vista, parece una maravilla caída del cielo. Rodeado de una docena de dramaturgos excelentes que escribieron con el mismo espíritu que él. Lo mismo se puede decir de Rubens: un personaje único sin precursores ni sucesores. Pero bastaría darse una vuelta por Bélgica y visitar las Iglesias de Gante, Bruselas, Brujas o Amberes para encontrar un grupo de pintores sucesor semejante a Rubens.
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