Llueve. Llueve con furia oriental; veo una cortina de agua. De súbito, las calles están hechas ríos, las nubes plomo, los cielos descienden sobre la tierra. Aguas de creación y destrucción a lo largo del líquido horizonte, donde el cielo, la tierra y el mar se hacen una sóla cosa. En la luz primigénia de la unidad cósmica.
La danza de la lluvia, la danza de los niños con la lluvia, sellan la alianza eterna del hombre con la naturaleza, y la renueva año tras año para bendicir la tierra y bendicir sus frutos. Disfruto con la lluvia. Ésta hace fértil la tierra, fértil los campos, transparente el aire, libera el perfume de la sequedad y llena con su humedad los espacios de la primavera al resurgir la vida. Dona calor. Tamiza el sol. Refresca el aire. Garantiza los frutos de la tierra y renueva la fe del labrador en Dios que implicará su palabra, y, cada año, enviará las lluvias para que den alimento al hombre y al ganado.
La lluvia viene de arriba y penetra bien en la tierra. Presión del dedo de Dios sobre el barro que es el gesto inicial de la creación.
"Tu cuidas de la Tierra, la riegas, la enriqueces sin medida. La acequia de
Dios va llena de agua prepara los trigales, riegas los surcos, igualas los
terrones, tu llovizna los deja molidos, bendice sus brotes" (Salmo 64)
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